Del dolor a la reconstrucción

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Cuando hablamos de duelo, muchas veces lo asociamos solo al sufrimiento, al vacío y a la tristeza. Y sí, duele, porque se trata de una pérdida, de un cambio que no siempre elegimos y que desarma lo que conocíamos. Pero el duelo no es solo dolor: también es proceso, tránsito, movimiento.

Las etapas del duelo nos muestran que no nos quedamos siempre en el mismo lugar. Pasamos por la negación, la bronca, la tristeza profunda… hasta llegar, con el tiempo, a una aceptación que no significa conformismo ni olvido, sino poder decir:

"Aunque no lo elegí, aunque no lo quiero repetir, aunque me dolió… hoy puedo mirarlo desde otro lugar."

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Ese es un punto clave: el duelo saludable no es el que “supera” la pérdida, sino el que nos permite reconstruirnos a partir de ella.

Porque después de un duelo necesitamos desidentificarnos de lo que ya no está —ese rol, esa relación, ese sueño, esa versión nuestra— y animarnos a construir algo nuevo.

Aceptar el dolor es parte del camino, pero quedarnos aferrados a la nostalgia o a una actitud derrotista nos inmoviliza. El duelo se vuelve fértil cuando, después de atravesar lo más difícil, podemos preguntarnos:

  • ¿Qué quiero construir ahora?

  • ¿Qué parte de mí necesita renacer?

  • ¿Qué proyecto, qué mirada, qué forma de vivir me invita este nuevo tramo del camino?

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El duelo es, en definitiva, una bifurcación vital: nos duele porque algo terminó, pero también nos impulsa a elegir cómo seguir. Y en esa elección está nuestra verdadera pulsión de vida.

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